El otro día fuimos con Montse al hospital de Bellvitge a visitar a su tío Yuly, porque le están curando unas heridas en las piernas. Cuando llegamos me encontré con un señor de unos ochenta años que tras varios meses de internación aún se mantenía tranquilo y risueño. Estaba en una habitación luminosa, del otro lado del pasillo llegaba el murmullo de algunas visitas. Yuly se puso contento al vernos y enseguida nos empezó a hablar de algunos familiares. Contó que había ido a visitarlo una prima de Montse con el novio, porque habían sentido un ruido en la biblioteca y cuando fueron a ver qué pasaba encontraron un libro tirado en el suelo. La prima de Montse se asustó tanto que dejaron la puerta cerrada y, al otro día, cuando volvieron a la habitación, el libro ya no estaba. Yuly les dijo que eso pasaba porque una persona se había muerto en esa casa, pero que no era un muerto que los conociera a ellos. Les dijo que no se hicieran problemas, que cuando se mudaran a otra casa no les volvería a pasar.
Parece que la gente lo visita mucho a Yuly en el hospital. El hermano (el padre de Montse) tiene miedo de que la gente lo agobie, esto siempre según Yuly. Cada vez que va a verlo el teléfono de su hermano no para de sonar y no es gente que quiera hablar con él, sino que le hacen preguntas para que las conteste Yuly. Por eso se resiste a tener teléfono, dice que él ya está demasiado comunicado.
Por ejemplo, contó que el otro día, cuando su hermano no estaba, llegó una señora que él no conocía y, apenas la vio entrar por la puerta, le gritó: ¿Qué hacen aquí? ¿Por qué vinieron? La señora, desconcertada, le preguntó: ¿Por qué lo dice, Yuly? Yo he venido a verlo sola. Entonces él dijo: No, yo la veo con una niña. La mujer se puso pálida y le preguntó: ¿Cómo es la niña? Es rubia -contestó Yuly-, con tirabuzones, tendrá unos tres años. La mujer se puso a llorar tan fuerte que él tuvo que llamar a la enfermera para que le diesen un calmante. Al rato, cuando la mujer se tranquilizó, le explicó que su hija de tres años era exactamente así y se había caído del balcón hacía tres meses.
Le preguntamos a Yuly cómo se hace para liberarse de un muerto, y él dijo que se pueden hacer muchas cosas, como rociar con agua bendita la casa y la cama. El problema -dijo Montse- es que ahora en las iglesias ya no ponen agua bendita, las pilas están secas. Entonces Yuly recomendó poner una taza con sal debajo de la cama. Cuando la sal se endurece quiere decir que el muerto ya se ha ido. Contó que eso lo tuvo que hacer una chica que, cada vez que se acostaba, sentía que alguien se metía en la cama con ella y la tocaba. Al poco tiempo se enteró que hacía unos meses había muerto un hombre que trabajaba con ella y que la había estado acosando. Por suerte lo pudo espantar con una taza de sal, sino habría que haber hecho trabajos mucho más complicados.
Yuly tiene la teoría de que los muertos rencarnan después de veinte años. Nos dijo que el supremo hacedor les pregunta en quién quieren reencarnar, y que había unos cuantos casos de reencarnados en perros, y también en gatos, pero esto es más raro. Contó la historia del perro que iba todos los días al cementerio a visitar la tumba de su dueño hasta que se murió. Cacker y Mónica cuentan lo mismo de un perro que tiene una estatua en el cementerio de mayor actividad paranormal de Edimburgo.
Le habíamos llevado una lata de galletas de regalo, lo que a Yuly le pareció una exageración. Me pidió que se la dejase en el ropero y cuando me la alcanzó para que se la guardara me tomó la mano y comenzó a leerla diciendo: “Tu destino está sellado, nada lo puede cambiar”. Él tiene unas manos muy blancas, de dedos delgados, uñas bien cortas y casi transparentes. Me dijo que tengo una línea de la vida larga, pero que a partir de los cincuenta años mi salud será delicada, que los anillos de las muñecas son protección del cuerpo, así que en ese aspecto puedo estar tranquila. Me mostró que la línea de la cabeza la tengo muy profunda. Eso no quiere decir que sea muy inteligente, sino que tengo fuerza de voluntad. Le pregunté si es terquedad y admitió sonriendo que era eso, sí. También dijo que tuve un disgusto muy grande, me lo señaló. Es un punto profundo como si me hubiera clavado la punta de un lápiz, no supe exactamente a cuál de los disgustos se refería. Le pregunté y empezó a hablarme de un hombre desaparecido. Entonces supe que me estaba hablando de Natán Ripoll. Le pregunté si sabía dónde estaba, pero dijo que eso en mi mano no podía verlo. De todas maneras intuye que está vivo. Dijo que en mi mano hay muchas líneas que se unen con ese asunto.
Lo cierto es que nos hubiéramos quedado más tiempo, pero ya era tarde y la hora de la visita se había acabado. Además Yuly no quería que nos encontrara la enfermera, o que se despertara el compañero de habitación que está medio loco y grita; nada que ver con el compañero que tenía antes, que pintaba barcos y tenía una conversación interesante. Yuly nos despidió diciéndole a Montse que no tiene nada de qué preocuparse porque ella está siempre protegida. A mí me deseó suerte con lo de Ripoll y me pidió que le mande saludos cuando lo encuentre. Afuera nos vigilaba una luna llena, brillante como una linterna en el campo.