Una pieza menuda


Hace una semana tuve un sueño medio espantoso con un pollo. Era un pollito en realidad, una pieza menuda. Acababa de sacarlo del horno y estaba evaluando si ya estaba bien cocido. La piel no estaba dorada, ni crocante, pero la carne parecía estar bien. Lo saqué de la fuente, lo puse en un plato y me lo llevé a la mesa. M. también estaba ahí, no sé si comiendo o qué. Miré otra vez al pollo, era curioso. Tenía una cabeza que no era de pollo. La forma del cráneo y de la cara parecían las de un hámster. Mantenía los ojos cerrados y las patas laxas, apenas flexionadas hacia arriba. Decidí sobre la marcha hacerlo en bocadillo. Comencé a sacarle la piel. Como no estaba muy cocida me costaba separarla de la carne, pero la arranqué completa. Puse al pollito sobre una rebanada de pan de molde y ahí noté que movía apenas una patita. Me quedé duro. El depredador, ese era yo. Pero soy un bicho de ciudad: no estamos acostumbrados a matar nada. Lo queremos todo faenado, limpito y listo para cocer. Pensé en lo que había pasado el pollo. Había sobrevivido a una matanza masiva, al envasado al vacío y al horno de mi casa. El pollito era una criatura que pese a todo pugnaba por vivir, a la que yo acababa de arrancarle la piel. Le toqué el pecho con cuidado y entonces vi que fruncía apenas el entrecejo y otra vez respondía con una tímida reacción de su patita. Me levanté irritado dispuesto a salir a la calle, pero rápido me di cuenta que no podía salir rajando y dejarla a M. con el pollo en ese estado. No podía por M. y por el pollo, así que me quedé en el comedor. Me levanté de la cama con el pollo atravesado en la memoria. Eran las cinco de la mañana. Me puse a pensar en el sentido de todo esto. Hace un mes publicamos una novela en donde nadie puede morir. Ni la gente ni los pollos. ¿Ustedes están todos bien? 

This entry was posted on viernes, 28 de diciembre de 2012 and is filed under ,. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0. You can leave a response.

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