-Siempre has sido muy dueño de ti- me dijo.
Le conté que estaba escribiendo un libro sobre Sebastián y le pedí que me hablara de su niñez. Ella había entrado en nuestra casa poco después del segundo matrimonio de mi padre, pero en su mente el pasado se confundía y desplazaba a tal punto que hablaba de la primera mujer de mi padre (cette horrible Anglaise) como si la hubiese conocido tan bien como mi madre (cette femme admirable).
-Mi pobrecito Sebastián -gimoteó-, tan bueno conmigo, tan noble... Ah, cómo recuerdo ese modo tan suyo de echarme los bracitos al cuello y decirme "Odio a todos, menos a ti, Zelle, tú eres la única que comprendes mi alma". Y el día que le di una palmada en la mano, une toute petite tape, por haber sido descortés con tu madre... la expresión de sus ojos... casi me hizo llorar... y su voz cuando dijo: "Te lo agradezco, Zelle; no volverá a ocurrir".
Siguió en el mismo tono durante largo rato, haciendo que mi incomodidad aumentara. después de varios intentos infructuosos me las compuse para desviar la conversación. Por entonces ya estaba completamente ronco, pues la dama había perdido quién sabe dónde su trompetilla. Después habló de su vecina, una gorda criatura aún más vieja que ella, con quien me había topado en el pasillo.
-La buena mujer está completamente sorda- se quejó-; es una mentirosa terrible. Sé muy bien que no hizo más que dar lecciones a los hijos de la princesa Demidov... pero nunca vivió en su casa.
Cuando me marché gritó:
-Escribe ese libro, ese hermoso libro. Hazlo como un cuento de hadas, y que Sebastián sea el príncipe encantado... Muchas veces le dije yo: "Sebastián, ten cuidado, las mujeres te adorarán". Y él me respondía riendo: "Bueno, yo también las adoraré..."
Yo iba retrocediendo. Me dio un sonoro beso, me palmeó la mano, volvió a lloriquear. Miré sus ojos, viejos y nublados, el brillo muerto de sus dientes falsos, el prendedor de granates -que recordaba tan bien- en su pecho... Nos despedimos. Llovía con violencia y me sentí avergonzado y molesto por haber interrumpido mi segundo capítulo para tan inútil peregrinación. Pero algo me había impresionado especialmente. No me había preguntado un solo detalle sobre la vida de Sebastián en todos estos años, no me había hecho una sola pregunta sobre su muerte: nada."
Vladimir Nabokov, La verdadera vida de Sebastián Knight, traducido del inglés por Enrique Pezzoni.
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