Este verano fuimos con Gaby y la bebé que llevo
adentro al concierto de Diego “el Cigala”, en el festival
del Grec. Hace unos años habíamos visto a Vinicio Capossella en ese anfiteatro
de estilo griego y por eso sabía que allí, los espectáculos se benefician de un
extra natural al desarrollarse en la cima del Montjuic, una montaña pequeña,
con la vegetación boscosa y la noche cálida envolviendo unas gradas de piedra,
desde donde se ve la ciudad de Barcelona brillando incesante a lo lejos.
Esta vez el
encanto volvió a repetirse pero con ritmos distintos. Fue otra de las noches en
que los contemporáneos pudimos convocar al viejo espíritu del teatro de Delfos
que moraba en el Templo de Apolo. Cuenta la Historia que los griegos de
entonces escudriñaban el destino mediante sacerdotes que buscaban conectarse
con las divinidades de las fuerzas misteriosas y dominantes de la naturaleza, a
través de la representación. Parece ser que los griegos de este siglo han
perdido la costumbre de consultar el oráculo; o quizás fueron los dioses mismos
quienes los traicionaron con el caballo de Troya de la Troika, que les impuso una
deuda externa fraudulenta. Mientras tanto, a miles de años de aquellos ritos, y
tan metidos como los griegos en la misma estafa global, aquí estábamos nosotros
tres, pequeñitos y expectantes como los antiguos. Por una suerte de regalo del
verano, pudimos ser testigos del momento en que los dioses del tango y el
flamenco se abrazaron a este lado del Mediterráneo, como dos viejos amigos que
se encuentran después de años de exilio, desplazamientos y aventuras.
Para
completar la perfección de una noche calurosa el concierto comenzó con lluvia,
así que los organizadores armaron un escenario con unas tiendas blancas tipo
jaimas del desierto. Pero la gente comenzó a quejarse con chiflidos y voces
porque no veía el espectáculo y al cabo de un par de canciones, cuando menguó
el chaparrón, las retiraron unos chicos que involuntariamente hicieron un
pequeño número de clown, que desató una risa guasona entre el público y el
Cigala.
Y esa
complicidad fue creciendo al punto de encontrarnos con las lágrimas del
cantante al recordar a su amigo Bebo Valdés, con quien había compartido
escenario la última vez que vino a Barcelona a presentar aquel disco precioso
llamado “Lágrimas negras”. Un disco que para
mí está asociado al día en que Juan y Ana, los dos peluqueros andaluces de la
calle Ample, me lavaron y
cortaron el pelo cantando y silbando todas las canciones que componen aquella
joya clásica. En el concierto Diego también recordó a otros ausentes como el Polaco Goyeneche y luego dedicó una
parte bastante floja, a mi gusto, para Mercedes Sosa, que a fuerza de haber
machacado de cansancio mi niñez no me gusta nada. Pero resulta que a la gente
de aquí les encanta Mercedes Sosa, un amor raro, como el que le tienen a dos
machistas asquerosos como Federico Luppi o Andrés Calamaro. Bueno, amor raro
pero bienvenido, ya que la consecuencia
es este misterioso cariño que nos tienen a priori tantos catalanes y españoles
a los argentinos. ¡Gracias Messi!
Entre tangos y
fandangos, boleros, alegrías, soleades, bulerías y la infinidad que entra en el
flamenco, los músicos se alternaban con entradas y salidas del escenario y
Diego bajaba para abrazar a sus hijos que lo miraban junto a su madre. Uno de
los momentos más bonitos fue la versión que hicieron de “Cómo el agua”, del gigantesco
Camarón, cuando perceptiblemente
mi bebé bailaba en la panza porque “mi cuerpo alegre camina porque de ti lleva
la ilusión”. Y con esa ilusión bajamos caminando la montaña hasta el mar donde
termina Barcelona y se encuentra nuestra casa.
Al día
siguiente mis compañeras de trabajo me contaron que el talentoso flamenco
tendrá que emigrar a otro país porque aquí la gente se ha quedado sin dinero
para llenar los teatros. Espero que le vaya muy bien en Centroamérica, pero
también espero que vuelva pronto. Eres muy grande y muy humilde, Cigala, que se vayan Merkel,
Rajoy y los suyos, no tú.