UKE



Hace unos años compré un ukelele precioso en la tienda de música que había justo al lado de donde vivía entonces. Era un regalo de navidad muy bien intencionado para una persona muy querida, pero con la ayuda del tiempo, más una curiosa habilidad de mi parte, el regalo quedó en mi poder y, con él, unas ganas dolorosas de querer tocarlo y no saber cómo. Intentando aprender, busqué información en internet y di con una página maravillosa en la que muchísimos ukelelistas subían sus videos. Eran personas mayormente encantadoras, tocaban al aire libre, a veces en museos raros, o en la intimidad de sus casas. Había pequeñas joyas, standars de jazz de toda la vida, antigüedades rescatadas del folk norteamericano, composiciones personales y versiones de los temas pop más bizarros.

Todos los ukelelistas compartían una sonrisa muy graciosa y mucha, mucha onda; mi preferido era un señor con barriga y anteojos negros. Parecía el hombre más feliz del mundo y sabía transmitirlo. En las canciones más evocadoras pelaba unos tonos melancólicos que te alzaban los pelitos de la nuca, y la fragilidad del tiempo parecía más llevadera, compartida con esa especie de genio dulce y virtuoso. Porque eso también lo recuerdo, su técnica con el ukelele era inimitable, sobre todo para una principiante que apenas sabía poner los dedos sobre las cuerdas, y a eso se agregaba una voz cálida e hipnótica que invitaba a cantar y dejar para otro día las dificultades de seguir el baile de sus dedos.

Durante aquella primavera me la pasé entrando a la página para ver si podía progresar en mi aprendizaje, pero me quedaba escuchando a mi ídolo una y otra vez, prefiriendo mil veces sus canciones a mi dificultad para afinar al pobre uke. Exámenes, actividades y trabajo me alejaron del instrumento y quedó colgado detrás de la puerta. Igual suerte tuvo la página de los ukelelistas, que desapareció de la red. Hace unas semanas, Zoila, mi amiga y profe de música, me enseñó en dos horas cinco acordes que comenzaron a resolver el inconveniente que me tenía tan desanimada cada vez que quería acompañarme.

Pero cuando fui a buscar la página de los ukelelistas, no hubo manera de encontrarla y para colmo también me  había olvidado el nombre del artista que me había gustado tanto. Hasta que al fin, entre los fanáticos del instrumento, alguien lo mencionó junto a la canción que yo más recordaba y encontré su página, donde colgó muchísimas canciones. Es una suerte de proyecto en el que el autor: PATSY MONTELEONE, colgó sus versiones y una explicación detallada de la historia de cada canción, aquí va el enlace para que no se pierda nunca más.

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