Vida: Keith Richards


Cómo llega- Me lo regala Mónica para un cumpleaños, hace año y medio, junto a una botella de Glen Ness de 12 años. Quién sabe porqué tardamos tanto en agarrar ciertos libros. A éste empecé a leerlo hace un mes. Tiene 504 páginas. No es portátil, hay que leerlo en casa. Pero en un patio o en un balcón. Hay lecturas para el calor y lecturas para el frío.

De qué va- El trabajo de James Fox, el periodista encargado de escribirlo, es buenísimo. Trabajaron en estas memorias durante cinco años. Fueron un número indeterminado de charlas sujetas a los caprichos de Richards, en los días y a las horas que se le antojara, sin orden cronológico y con música a buen volumen. El resto salió de cartas, diarios y de los testimonios de otros compañeros de ruta. No participan los personajes peor tratados: Jagger, Anita Pallenberg, Mick Taylor, Bill Wyman. Ni tampoco cuenta con el testimonio directo del resto de los Rollings Stone. “Lo intenté -dice Fox-, pero hay una especie de tradición entre ellos de no contar nada en los libros de los demás”. Su talento, en cualquier caso, consiste en darle consistencia a una historia dispersa y conservar la calidez de la voz de Richards, mérito que comparte con Helena Álvarez de la Miyar, la traductora de la edición española. Los pasajes más conmovedores corresponden al Richards desconocido. El período de aprendizaje del blues, la primera visita a Estados Unidos, el desconcierto al encontrarse a su ídolo Muddy Waters pintando las paredes de su discográfica. Gran parte de esa inocencia se pierde cuando comienza a emerger la estrella de rock y los puteríos están a la orden del día. Brian Jones se vuelve un lastre. Jagger quiere adueñarse del grupo y Richards se burla de sus pretensiones discotequeras. Hay cuernos cruzados por cada banda. Cocaína farmacéutica Merck, diez años de heroína y un largo etcétera. Pero el libro engancha y mantiene el equilibrio: se narran las hazañas de Richards, incluidas las cagadas, y también examina el proceso de creación, la intimidad del trabajo grupal y su pasión por la música. 

Memoria- Promediando las últimas 50 páginas del libro me llama mi amigo Fito. Charlamos, le recomiendo la lectura de la biografía y le comento el asombro que provoca la memoria del viejo: después de meterse tanta cosa es por lo menos llamativo que haya conservado tal cantidad de anécdotas y detalles. Fito también se asombra. Un día antes, me cuenta, lo había visto en una entrevista declarando que se estaba olvidando algunas viejas canciones de los Stone. A mitad de tema, no se sabía el estribillo. Pero son muchos años de ruta, arguye Richards, los dedos están automatizados y van solos. Tiene que poner la mente en blanco y dejarlos actuar. Recibir la noticia fue un descoloque. El futuro en general parece un descoloque. Y esto de cumplir años tendrá sus consecuencias, ¿no?

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