Una musa en acción


Los viernes a la tarde L. y yo estamos solas, yo atiendo el teléfono y ella va de un lado para otro sacudiendo el polvo y pasando el mocho. Entre llamada y llamada la veo subir y bajar escaleras con una agilidad que no conozco en muchas mujeres de 50. Tiene el pelo largo atado con un moño, los ojos verdes repintados con delineador azul eléctrico, los labios rosa perlados y unos pómulos altos, de gitana rubia. A cada rato sale bufando de calor y deja entrar una correntada de aire helado que va directo a la contractura de mi cuello, deja las bolsas de basura en el contenedor y se calza las gafas de ver de cerca para tipear mensajes en su móvil con una velocidad de dactilógrafa experta. Vuelve apurada, frotándose las manos y cantando una de Los Chichos, se guarda las gafas en el bolsillo de la bata y me mira agitada con sus bonitos ojos bizcos: 

-¿Pero qué te pasa, reina, que vas tan atabalada?

-Es que... Ay guapa, este hombre me tiene loca con el whatsapp.

-¿Quién? ¿Ese que te habías peleado porque quería que te fueras a vivir con él y lo dejes todo para cuidarle la madre?

-Que no, hija, ese ya es historia. Este hombre del whatsapp es otra cosa. Resulta que todos los jueves a la noche a mi amiga y a mí nos gusta ir a un bar del barrio donde pasan la música de mi época, los ochenta, es un ambiente majísimo, con gente súper enrollada, y resulta que anoche conocí este hombre que estaba ahí, de lo más tranquilo, bebiendo una copa y nos pusimos a charlar hasta que sin darnos cuenta nos dieron las tantas.

-¡Qué flechazo!

-Que no, que no es eso, tonta, que es otra cosa. Que es un hombre que parece que se aburre mucho en su casa, y ya escribió no sé cuántos libros que me dijo. Y ahora anda escribiendo uno sobre mi barrio, el barrio de la Perona, de la época en que la heroína mató a mucha gente, en los ochenta. Yo viví toda esa época de jovencita, conozco toda la música de aquel tiempo. Mi barrio era tan peligroso que nadie se animaba a entrar, pero al mismo tiempo era muy seguro para una chavala como yo que estaba todo el día en la calle con mis amigas, porque había un policía en cada esquina. Tengo muchos amigos muertos de cuando era chica, bueno, que quedamos pocos de aquel tiempo.

-¿Tu vives en el mismo barrio que T., el vigilante? 

-Pues sí, somos vecinos. 

-T. me contó que ese barrio se llama la Perona por Eva Perón, parece que en la postguerra Eva mandó un barco con carne y otro con judías, como las que se llaman judías peronas, y que cuando vino a visitar a Franco le inauguraron tu barrio. 

-Vaya, no lo sabía. Espérame un momento que ahora vuelvo, no te muevas,  vas a ver.

De nuevo sale a la calle sin ponerse el abrigo sobre la bata. La veo a través de la ventana: los pelos amarillos le vuelan con el viento mientras tipea a lo loco, sujetando el palo del mocho abajo del brazo. Vuelve sonriendo. 

-Dice que gracias, que eso no lo sabía.

-¿Se lo has dicho?

-Sí, venimos así todo el día, desde que conversamos anoche me vienen tantos recuerdos de jovencita, que yo se los cuento y él los anota todos en el libro. Las cosas que le he contado a ese hombre ni yo sabía que me las acordaba. Es que tuve una juventud hermosa, no como los chavales de ahora que están todos enganchados con los móviles. Cony, mira la hora que es. Hoy no sé cuándo voy a terminar, y todavía me quedan dos oficinas más para limpiar. ¡Ay, mi niña! Que tú hablando me lías. 

This entry was posted on viernes, 8 de febrero de 2013 and is filed under ,,. You can follow any responses to this entry through the RSS 2.0. You can leave a response.

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